Orden del Día / 195

•noviembre 25, 2017 • Deja un comentario

 


MIGUEL

Les presento a Miguel. Miguel a secas. Es mi amigo. Tiene los ojos del color de un cielo despejado y la tez cobre y percutida de los sin techo. Apareció un día en mi camino, de repente, para instalarse con su perro y sus bártulos al cobijo de una endeble carpa, en la Costanera Norte, frente al Aeroparque Jorge Newbery.


La Costanera Norte es parte de mi territorio. Lo corro diariamente hace más de veinticinco años. Mis mejores crónicas las he escrito así, en movimiento. Conozco a todos, todos me conocen. Pescadores habitué, vendedores ambulantes de Senegal. Heladeros, cuida coches; los de los puestos de choripán, los que viven en casas rodante, carpas, autos o sobre un colchón. Escasea el nombre propio pero abundan los apodos, porque siempre -siempre- se esboza un saludo. Hola amigo. Hola amiga. ¡Campeón! Maestro. Alguno -vaya uno a saber porqué mal entendido- me dice Hola profe. Pero el ¿Cómo va?, es el más común. Frases rápidas, intercambio corto, sin pretensión de respuesta, porque hay un código tácito que revela que los fondistas no nos detenemos jamás. Ni siquiera ante una caída o una lesión. Existe una vieja reyerta entre el corredor eventual y el corredor de fondo que dice que el primero busca siempre un motivo para parar, mientras que el segundo encuentra siempre una razón para seguir. Yo soy de las segundas. Por eso, desde el día que apareció Miguel, hace siete meses, el intercambio es Hola amigo, Hola amiga. En movimiento. Siempre en movimiento.
Hace un par de meses, al pasar por su lugar, Miguel (del que aún no sabía su nombre), me dijo: “No doy más, amiga, me estoy cagando de hambre”. Yo bajé el ritmo, giré, Fuerza amigo -alenté-, y seguí mi rumbo por un buen tramo con un nudo en la garganta hasta que se interpuso la indiferencia en forma de desata nudos para respirar hondo y seguir corriendo.
Un par de días después de ese hecho, Miguel me interceptaba con una pesca de medio metro que él calculaba de seis o siete kilos. Esta vez me detuve. Lo fotografié feliz exhibiendo la presa, aunque al tiempo se interpuso la indiferencia y eliminé la imagen para recuperar espacio en la memoria del celular.
Hace una semana Miguel (del que aún no sabía su nombre), apareció con la noticia de que se iba en poco tiempo. A San Luis, dijo. A un campo. Con caballos de carrera, dijo. Se lo veía excitado, locuaz. Que apareció un abogado. Que se lo llevaba a San Luis. Que iba a cuidar no sé cuántas hectáreas. Qué bueno. Me alegra, amigo. Qué bueno– intercalé en las pausas, dando saltitos en el lugar, disimulando mi incredulidad o lo raro que resultaba el asunto.
Un par de días después, con el mismo espíritu festivo: Amiga, falta poco, me voy a la mierda, me voy a San Luis. Otra vez entre saltitos: Me alegra, amigo. Qué bueno, pero tené cuidado -arriesgué aún incrédula. Miguel estaba convencido y entusiasmado con que su vida pegaría un vuelco. Yo, presa de la paranoia, temí una desilusión. Imaginé, que se trataba de algún cuento del tío.
El domingo, esta vez opacado de melancolía, insistió: Amiga, el martes a esta hora ya no voy a estar acá. Sin detenerme grité: Mañana paro y te saludo.
Ya todos saben: el lunes (feriado) llovió durante todo el día. Al pasar por su lugar, observé que sus bártulos y su endeble carpa estaban donde siempre aunque Miguel (del que aún no sabía su nombre), no estaba a la vista. Presumí que estaría dentro, guareciéndose, pero no me animé a corroborarlo. Y seguí corriendo.
El martes a esta hora ya no voy a estar acá, me había dicho. ¿Y si no lo volvía a ver? Dormí intranquila. Amanecí el martes sin recordar mi sueño pero con la sensación de que mi intranquilidad tenía su imagen. Si según dijo “el martes a esta hora ya no voy a estar”, era probable que unas horas antes aún estuviera -pensé. En un impulso, alteré el orden del día y salí a correr a una hora que no me es habitual, a un ritmo que tampoco lo era.
Finalmente llegué y me detuve. Sí, me detuve. Ni sus bártulos, ni su carpa estaban donde solían estar. En su lugar había un equipaje. Varias valijas. Un perro y un hombre que tomó el color del cielo para sus ojos. Estaba vestido como jamás lo vi.


—— Estoy listo, amiga. Me voy. –dijo contento de verme.
—— ¿Cómo te llamas? –pregunté quieta, esta vez sin saltar.
—— Miguel
—— Decíme Miguel, ¿cómo viajas hasta San Luis?
—— En un rato me pasan a buscar en una camioneta. Duermo en Lanús y de ahí salimos a la mañana. Voy a tener una camioneta.
—— ¿Estás seguro, Miguel? ¿Y al perro lo podés llevar?
—— Sí, viene conmigo. Sí. Es un ingeniero, abogado… Para empezar, me dan quince mil pesos y una “Pat” y una casa en un campo…
—— ¿No serán narcos, Miguel?
—— Noo…
—— Mirá que a veces ven una persona vulnerable, la tientan con cosas…
——No, el socio está allá y tiene un frigorífico y también voy a poder pescar…
——¿Me dejás sacarte una fotos?

Miguel se deja. Posa, sin soltar la correa del perro. Acomoda su gorra y alza el pulgar.


—— Miguel, si ves algo raro, pegás la vuelta. Yo voy a estar acá, como siempre.


Miguel pone su mejilla. Yo pongo un beso, y retomo el ritmo. Necesito llegar pronto y sentarme a escribir, antes de que se cuele la indiferencia.

 

APG

Queda archivado en la solapa de No Ficción propia, bajo el nombre de Miguel

 


Orden del Día / 194

•agosto 19, 2016 • 1 comentario

TENER RAZÓN NO TE SALVA DEL CEMENTERIO

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Un vago recuerdo de la niñez temprana. Estoy en una esquina. Miro fijo al semáforo esperando a que el muñequito cambie a blanco y finalmente, cuando eso sucede, me pongo en movimiento. Pero no puedo avanzar. El brazo de mi papá se interpone en diagonal a mi ímpetu y me detiene.


——¿Qué pasa? –digo sorprendida. Tenemos prioridad. El muñeco está blanco. Cruzamos por la senda peatonal.
——Es condición sine qua non pero no suficiente; hay que mirar –dice con esas palabras difíciles y yo sé que, una vez más, acudiré irremediablemente al diccionario.
——¡Pero tengo razón! –insisto.
——Tener razón no te salva del cementerio –me dice con la sabiduría espartana de quien se salvó por un pelo de la cámara de gas pero parte de su familia, no.

Me quedo con la vista perdida en el reverso del auto que desaparece a gran velocidad y que, con seguridad, me habría arrollado de no ser por ese brazo que sentí como un golpe en el pecho para despabilar mi inocencia en un país en el que los autos, frente al semáforo amarillo, aceleran.
Esa imagen de infancia, el estigma de lo correcto, perturba mi sueño hasta hoy. No basta ir por esa senda. Mayormente llega el que toma atajos a contramano. Tarde comprendí que mi papá no hablaba de accidentes viales (o no solamente). En vez de eso (o además de eso), hablaba de la vida.

Tener razón no te salva del cementerio.


APG©

Orden del Día / 193

•abril 2, 2016 • Deja un comentario
LA SALUD DE NUESTROS HIJOS

“Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás;
es la única manera”
Albert Einstein


Por qué motivo un texto es capaz de interpelar al lector es una cuestión personalísima que tiene que ver más con la psicología, la libre asociación, que con el sentido común. Un sensor íntimo hace contacto. Pienso en voz alta en los distintos perfiles que escribe la periodista Leila Guerriero. Tienen un no sé qué, que te deja siempre desarmado ante el prejuicio o pre concepto maquetado en tu cabeza sobre el sujeto en cuestión, del que ya creías haber leído todo. Parece ser que, a pesar del abundante material hasta ese momento disponible, de todo lo dicho, ella encuentra siempre algo nuevo por decir que “a la postre” deshace lo que se daba por cierto o jamás se hubiera sospechado.
En este caso, el sensor se activó en el perfil de Gustavo Grobocopatel que escribió Guerriero para la Revista colombiana Gatopardo, y que disparó en mí esta columna. Cito el fragmento que me interpeló; es el testimonio de Olivia (22), hija mayor del Rey de la Soja, en el que habla de la relación con sus padres:

——Me pusieron muchos límites hasta que cumplí 14 años y a esa edad me dijeron: “Las decisiones que tomes de ahora en más son tuyas, vas a tener que vivir con ellas”. Y así fue que con mi hermano nos fuimos solos a Europa, después a Vietnam, Myanmar y Camboya, yo con 18 y él con 17. Dormíamos por cuatro dólares la noche. Los viajes con la familia no eran tan mochileros, pero tampoco eran lujosos. […] Papá siempre nos dice: si no cuidás lo poco, no cuidás lo mucho. […] A partir de que me reciba, mi papá ya me dijo que el siguiente viaje me lo tengo que pagar yo. Y mi mamá me avisó: “Desde el día en que te recibas, no podés pasar más de una semana sin trabajo”.

——¿Vas a trabajar en Los Grobo?

——No, los hijos no podemos por una cláusula en el contrato. Tenemos que trabajar dos años en otra compañía y después ver.

La libre asociación es inevitable -para mí- en tanto y en cuanto la lectura del texto se dio en paralelo a la polémica que surgió por esos días a raíz del nombramiento de Delfina Rossi (26), hija del funcionario Agustín Rossi, como directiva del Banco Nación. Padres e hijos. Padres que quieren lo mejor para sus hijos.

Cuando era chica -recuerdo- cada vez que decía: “¿Me comprás?. Quiero eso. Quiero aquello”, mi mamá respondía con la misma frase: “Y yo quiero un yate”. Yo era demasiado pequeña como para saber qué era un yate, pero me gustaba imaginar que era una suerte de piedra preciosa como las que tallaba mi abuelo con arte de orfebre. El caso es que la respuesta era tan tajante -e inteligente- que clausuraba el reclamo al quedar ambas empatizadas en la insatisfacción del capricho. Una vaga imagen de la frustración temprana: el típico hocico de puchero, la creencia en mi cabecita de que mi mamá era la peor mamá del mundo, la revelación precoz de que era mentira eso de que los padres quieren lo mejor para sus hijos y, finalmente, el olvido del asunto a los dos minutos y a seguir jugando. Hoy me pregunto qué clase de valores forjará una criatura que a los diez tiene un celular de mil dólares; a los doce, un cuatriciclo de ochocientas cilindradas y doscientos cincuenta kilos de peso para desafiar a los gigantes de arena; un Mini Cooper pistero que anda a las chapas con combustible de avión, a los dieciséis; un convertible enmoñado bajo el pino de Nochebuena a los veintialgo; unas cuantas cápsulas de euros que exigen los bíceps de sus veintimás, y un Zulu, Zulu para volar ida y vuelta al sur. La salud de nuestros hijos. ¿Qué clase de padre es capaz de involucrar a su hijo en el vicio obsceno del poder per sé, constituyéndolo en sujeto sujetado? ¿Es amor filial? Está claro que los hijos no eligen a los padres y sublevarse a ellos puede implicar una larga y dolorosa estadía de diván. ¿A qué edad un hijo deja de ser víctima para convertirse en cómplice o -por el contrario- para sublevarse y ser artífice de su propio camino? Es una verdad de Pedro Grullo que los padres quieren lo mejor para sus hijos pero también es sabido que a veces las buenas intenciones salen mal: son “buenas” para quien las genera pero no para quien las recibe. Concedamos la suposición de que Agustín Rossi tuvo buena intención de padre, ¿Resultó igual de bueno para Delfina? Pero la pregunta no se agota ahí porque lo curioso del tema es que, en este caso, por tratarse del Estado, ya no hablamos de Paternidad sino de Paternalismo. Excede el límite de la familia. Está involucrada la sociedad cuando se desconocen los pasos, se saltean los casilleros lógicos al que están sometidos los funcionarios de carrera y hasta se rompen mecanismos de incentivo como la fórmula de recompensa. Mucho se discutió -y aún se discute- sobre los miles de empleados, algunos con sueldos obscenos, que se encontró el gobierno de Macri, que habían sido incorporados a último momento, en tiempo récord y sin los requisitos establecidos. Una primera lectura podría ser que “Cristina dadora” es la buena y “Macri quitador”, es el malo. Parece infantil. Seamos benévolos y concedamos que Cristina pudo haber tenido buenas intenciones, genuinas, y no un plan para garantizarse votantes. La pregunta que cabe es si le está haciendo un bien a esa gente, “sus hijos políticos”, porque finalmente lo que se les dé a los jóvenes es lo que los jóvenes darán a la Sociedad. Lo que quiero decir es que aún teniendo las mejores intenciones se puede hacer daño. Dañamos a nuestros propios hijos. Y encima, los condenamos a la orfandad. ¿Qué nos espera como país con esos valores en la plataforma? Lo humano necesita un momento de reflexión. Si dejáramos de pensar en legar un país mejor a nuestros hijos para pensar en legar mejores hijos al país, probablemente el resto venga sólo. Tal vez sea tiempo de desarmar el sintágma endémico “Estado Protector” para pensar la posibilidad de un Estado capaz de proteger. Tenemos que ser capaces de comprender la diferencia. Uno de los primeros kirchneristas que salió a repensar en este sentido, luego de la derrota electoral, fue el sociólogo Horacio González que dijo: «Las conciencias pulverizadas por la fuerza del nuevo relato triunfante condenan lo mismo que muchas veces las sostiene: los sistemas de subsidios, jubilaciones sin aportes previos, etc. […] Esa paradoja derrotó a Scioli. Lo lograron: el Estado social molestó a sus beneficiarios».
La protección en exceso convierte al sujeto en un desprotegido. Te lo cuento con una anécdota. El pequeño se iniciaba en el arte de andar en bici con la asistencia de su papá corriendo detrás, a la vez que lo sostenía con su mano en el reverso del asiento. Una imagen que todos vimos o vivimos alguna vez. La velocidad aumentaba y el padre, ante la destreza del hijo, fue soltándolo aunque siguió corriendo, casi a la par, visiblemente fatigado, en el empeño de acompañarlo: un sostén inasible: la promesa de sostén. De pronto e imprevisiblemente el pequeño volteó para ver a su papá y al descubrir que venía un par de metros detrás -sin poder precisar si fue por el susto o porque perdió el equilibrio al voltear- se dio un porrazo contra el suelo. El padre corrió hacia él y restando importancia a la caída le dijo: “Te felicito campeón, anduviste una cuadra solo”. Se dice que hubo otro padre, mucho mejor que éste, que sería incapaz de soltar a su hijo. Tan bueno y protector era que llegó a ponerle rueditas a la bici, que aún hoy, a los doce, sigue usando, seguro y sin caerse. El sujeto sujetado. A sus miedos. A su autoestima.
Otra anécdota cuenta que Mauricio Macri, de jovencito, comenzó a trabajar en Sevel, la empresa automotriz de su padre Franco. Las jornadas eran frustrantes: cada acción que emprendía el joven acababa, como por arte de magia, en rotundo fracaso. Intrigado y fastidiado Mauricio interpeló a un directivo para averiguar qué era lo que estaba sucediendo. Fue cuando éste le confesó que cumplían órdenes instruidas por su padre para boicotear cada movimiento que el joven realizara. Mauricio se fue de un portazo para nunca más volver. La técnica de Macri padre -la invisible patada en el tujes- fue menos transparente que la de Grobocopatel, sin embargo, ambos tuvieron la misma intención: que sus hijos se hicieran de abajo, fuera del halo de protección familiar. Sabido es que hoy, décadas después del mito, Mauricio Macri ocupa el escalafón más alto en el organigrama país. Y nadie sabe dónde habría estado hoy de no haberse animado a sacrificar al padre. Hablamos de “matar” al padre, porque es sabido que para concretar la liberación y conformar una identidad propia es ineluctable cometer “parricidio”.
Y como todo tiene que ver con todo y no desatendemos que el título de esta columna es La salud de nuestros hijos, y que los hijos no son responsables de las acciones de sus antecesores, viene al caso, Hijos de los ’70, un reciente libro de las periodistas Carolina Arenes y Astrid Pekielny, que recoge veintitrés testimonios de hijos de los distintos actores que intervinieron en esa etapa histórica de la que, por estos días, se cumplen cuatro décadas desde el golpe militar del 24 de Marzo de 1976. El libro es valioso en muchos sentidos. Particularmente me impresionó la madurez con la que algunos hijos consiguieron pensar su propia historia. Transcribo un tramito de Luciana Ogando: “[…] De todas maneras, lo que uno tarda más en soltar es la fascinación que tu propia historia te crea, porque es tentador en un momento quedar como víctima. Son lugares cómodos y en los que moralmente nadie te puede cuestionar. Es lo que dice Juan Cabandié: <<Yo me banqué la Dictadura>>. Es muy cómodo ese lugar porque, como hijo, no es un lugar que vos elegiste. El lugar de víctima no se elige y yo quiero un lugar que se pueda elegir. Si tengo que renunciar al lugar de víctima, que en algún momento necesité ocupar para entender algunas cosas, es para tener algún lugar que elijo, el mío.”
Ser víctima es un estado indiscutible del que el afectado puede decidir correrse con voluntad de superación. La victimización es una acción, un uso -consciente o inconsciente- de ese estado indiscutible de víctima.

Es necesario atreverse a la incomodidad de re pensar.
Que se active el sensor íntimo.
Que haga contacto.
Por la salud de nuestros hijos.

 

APG©

Orden del Día / 192

•diciembre 24, 2015 • Deja un comentario

UNA VEZ MÁS

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Veámonos una vez más antes de que te vayas.

Pásame a buscar en uno de tus autos.

Carga el baúl con el mejor de tus vinos.

Y llévame a alguna de todas tus casas.

Dispénsame la más vulgar de tus caricias.

Que me invada el más sutil de tus besos.

Y no me sueltes.

Salvo que te lo implorara

APG 

Orden del Día / 191

•diciembre 20, 2015 • 1 comentario

LA EDAD DE LOS POR QUÉ

Publicado originariamente en El Cronista

La psicología evolutiva sitúa a la edad de los por qué, dentro de la etapa de la primera infancia que va de los tres a los seis años. Es un período de descubrimiento en el que el niño indaga desenfrenadamente sobre todo lo que lo rodea para construir un universo de verdades semánticas y lógicas que lo contengan. En mi caso, que soy defectuosa por naturaleza y no cuajo con los estándares, ese período no sólo se perpetuó hasta la adultez sino que, además, al día de hoy, mi existencia se sostiene tambaleante entre muchos interrogantes y casi ninguna respuesta. A veces, apelo a la filosofía para amenguar la desazón de la incertidumbre pero siempre, irremediablemente, obtengo el mismo resultado: más y más preguntas. Aristóteles, por ejemplo, define el concepto de verdad como veritas est adecuatio rei et intelectus (la verdad es la correspondencia entre la cosa y la mente que la percibe). Este axioma, a mi entender, acaba por destruir la cosa en tanto y en cuanto la percepción de ella tiene tantas interpretaciones como intelectos perceptores. Probemos con la lógica matemática que suele ser más exacta. Alfred Tarski (Alfred Teitelbaum. Lógico, físico y matemático. Varsovia, 1902 – Berkeley, 1983), le da al concepto de verdad una interpretación semántica. Toma como ejemplo la oración La nieve es blanca, y se pregunta en qué condiciones esta frase es verdadera o falsa. Si nos basamos en la concepción clásica de la verdad, diremos que la oración “la nieve es blanca” es verdadera sí y sólo sí la nieve es blanca, y es falsa si no lo es.


La foja doscientos trece (213) del expediente que transcribe el testimonio de Antonio Horacio Stiuso (Jaime Stiuso) en la causa por la muerte del Fiscal Alberto Nisman, comienza con esta frase:


/// la ciudad de Buenos Aires, a los 17 días del mes de enero del año dos mil quince, comparece ante la Sra. Fiscal y Secretario autorizante, una persona previamente citada a la que se le hace saber que se le va a recibir declaración testimonial. Requerido por la señora Fiscal a prestar juramento o promesa de decir la verdad de todo cuanto supiere y le fuera preguntado, y previo instruírselo de las penas con que la ley castiga el falso testimonio, manifestó que jura decir la verdad.

Declaración de Stiuso

De Tarski aprendimos que la oración “a los 17 días del mes de enero del año dos mil quince” es verdadera sí y sólo sí , el día en que fue formulada como presente, es efectivamente el 17 de de enero de 2015, y falsa si no lo es. Mal podría brindar testimonio un sujeto, en la causa por la muerte de otro sujeto, cuando éste último aún no ha muerto. Se infiere entonces que la oración “a los 17 días del mes de enero del año dos mil quince” es falsa.
La oración “manifestó decir la verdad” es verdadera sí y sólo sí quien la emite manifiesta la verdad, y es falsa si no lo hace. Mal podría manifestar la verdad un sujeto que comienza su alegato convalidando una falsedad. Se infiere entonces que la oración “manifestó decir la verdad” es falsa de toda falsedad.
¿O alguien osa imaginar que al capo recontra capo de todos los capos de inteligencia se le pasó por alto un “error” de primero inferior?
Me reconozco como una analfabeta del Derecho. Aún así, entiendo que a los letrados que avalaron este testimonio con su firma (Dra. Viviana Fein y su Secretario), ya sea por impericia o intención manifiesta, les cabe, como mínimo, una investigación por ésa y todas las irregularidades que arrastra esta causa desde el mismísimo punto cero. Como por ejemplo, que la mencionada declaración de Jaime Stiuso conforme, en volumen, la tercera parte de la testimonial de la joven Florencia Cocucci, siendo que la indagatoria a quien trabajó por décadas junto al Fiscal de la UFI AMIA debería ser más contundente y extensa que la de una relación frívola y ocasional. Presumo.
De Tarski aprendimos que las oraciones “Alberto me pidió un arma” o “El Fiscal Nisman me pidió un arma” que pronunciaron en su declaración Diego Lagomarsino y el custodio Rubén Benítez, respectivamente, son verdaderas sí y sólo sí el Fiscal Alberto Nisman les pidió un arma, y falsas si no lo hizo. Aquí el dilema. La única persona que podría constatar esto, está muerta. No existe grabación alguna o prueba fehaciente de que este pedido haya existido. Con el agravante de que ambos declarantes están imputados en la causa, y uno es el dueño del arma que causó la muerte del Fiscal y el otro, el custodio que debía velar por su seguridad. La pregunta que cabe es: si no hay nada que acredite la veracidad de sendas declaraciones, ¿por qué en el inconsciente colectivo se instalaron como verdad de sentencia? Y voy más allá. ¿Por qué la primera reacción estratégica de Diego Lagomarsino consistió en salir a demostrar a toda costa (con tickets de peaje, etc.), que en un rango horario, posterior a la entrega del arma, él no estaba en lo que sería el escenario del crimen? Si nadie lo imputaba ¿Será, tal vez, porque sabía que allí se perpetraría un asesinato, ni más ni menos, que con su propia arma? ¿Será, tal vez, que actuó bajo presión siendo el facilitador y cómplice de dicho crimen? Y en ese caso, ¿bajo presión de quién o quiénes? ¿Cómo es posible que aún esté libre?
¿Por qué estos interrogantes que me planteo como ciudadana común, a once meses de la muerte del Fiscal Alberto Nisman, la Justicia no se los planteó?
¿Por qué, aún hoy, la causa tramita en la Justicia ordinaria cuando es imposible escindir el hecho de la obviedad de que la víctima se desempeñaba como Fiscal Federal en la UFI AMIA y que días antes había denunciado a la ex Presidente por encubrimiento? ¿Alguien tiene dudas de que es una cuestión de Estado y que impera el traslado a la Justicia Federal? ¿El reciente pase de mando en la investigación entre la Fiscal Fein y la Jueza Palmaghini no tendrá como único objetivo sentar un “falso” precedente para quedar exceptuada, ésta última, de una futura imputación por irregularidades en la investigación?
¿Por qué las pericias informáticas arrojaron como resultado que, el domingo 18 de enero alrededor de las once de la mañana, hay cruce de llamadas entre los celulares de Jaime Stiuso y Luis Miño (a cargo de la custodia de Nisman), el Fiscal Carlos Stornelli con el celular de Fernando Pocino, y el de César Milani con el de Jaime Stiuso. Todo esto, doce horas antes de que surgiera la primera alerta a partir de un tuit del periodista del Buenos Aires Herald, Damián Pachter. Doce horas es mucho tiempo pero no el suficiente para preparar una buena mise en place. Parece.

¿Por qué aún no se investiga a la fuentes que revelaron (Télam y Aerolíneas Argentinas) información confidencial sobre el ticket de vuelo del periodista Damian Pachter, perseguido y forzado a emigrar del país.

¿Por qué el Secretario de Seguridad Sergio Berni le dio las condolencias a la madre del Fiscal, al llegar al departamento en Puerto Madero, cuando aún nadie había constatado fehacientemente que estaba muerto?
¿Por qué el software espía que se encontró en el Smartphone del Fiscal Nisman es el mismo que se encontró en objetivos opositores al presidente de Ecuador, Rafael Correa, y reportan los datos robados a la misma estructura de mando y control?
¿Por qué Aníbal Fernández, el armador y gestor de la campaña de desprestigio y desvío de la investigación, aún no fue citado a declarar para que explique, entre tantas cosas, cómo obtuvo el audio de una conversación privada entre el Fiscal y su hija, y se valió de la misma para exponerlo mediáticamente en una vil actitud?

No vaya a creer el lector que todos mis interrogantes rondan la misma temática. No. También me aquejan cuestiones más existenciales como, por ejemplo, si alguna vez podré volver a escribir Literatura, u otros asuntos menos relevantes, a saber, ¿Por qué Gabriela Michetti no tiene una silla de ruedas a motor?

Mejor vuelvo a Tarski. Él hace una distinción entre verdades cerradas y abiertas. Un ejemplo del primer caso podría ser “Este libro lo escribió Jorge Luis Borges y se llama El Aleph”. Si fuera el segundo caso, el de la oración abierta, diría “Este libro fue escrito”.

El Fiscal Nisman está muerto. Es una verdad abierta que no resiste el axioma aristotélico veritas est adecuatio rei et intelectus. Es una verdad abierta. Es imperioso cerrarla.
Porque me gusta pensar la duda como deuda.
Porque deuda y culpa, en alemán, tienen la misma etimología: schuld
Porque plantear interrogantes es insurrecto. Entonces me sublevo y pregunto:
¿Por qué nada reconforta?
¿Por qué todo es insuficiente?
¿Por qué?

 

 

APG©

Orden del Día / 190

•noviembre 19, 2015 • 1 comentario

 

 

Las Culturas se construyen gracias a la diversidad

Los primeros cuatro recortes del texto que sigue, escritos en el año 2009, están vigentes, aunque en el ínterin entre su publicación (seis años atrás) y hoy, 19 de Noviembre de 2015, acontecieron cantidad de hechos relacionados en los que no me detendré ahora. Sólo sentí la necesidad de agregar un quinto recorte. Un recorte que tal vez los Medios desestimaron pues quedó opacado con la presencia de Pilar Rahola, como una suerte de Rock Star (sin desmérito de su ponencia).

Un texto viejo, actualizado, pero que mantiene el título en plena vigencia

-RECORTE-

Cuando suena mi celular -o el de cualquier otra persona- y en el visor aparece una sucesión interminable de «unos» (11111…) es indicio de una llamada proveniente del exterior, y cuando esa llamada repleta de «unos» ocurre en el transcurso de mi fin de semana, no tengan dudas, es amigo Enzo que llama para contarme cómo le fue en la fecha, entonces puedo enterarme de que ganaron el clásico o que en el siguiente partido golearon 4 a 0. Este sábado sonaron los «unos» alrededor de las 15:30 mientras corría por la costanera; del otro lado del aparato eran las 21:30, en Jeddah, capital económica de Arabia Saudita, y el equipo que dirige Enzo, Al Ittihad, recién acababa con su entrenamiento.

― ¿Tan tarde entrenan? ― pregunté curiosa.

― Es que empezamos a las siete, después del rezo ― Me respondió algo habituado y más resignado.

― ¡Qué lo parió! ― Exclamé en un lenguaje algo mimetizado con los códigos futboleros, sin perjuicio de que mi respuesta manifiestase la intriga cultural que me provocan otros hábitos, creencias y culturas.

― El lunes 26 es tu cumpleaños y te llamo para saludarte hoy porque estamos viajando a jugar a Irán y voy a estar incomunicado: a los celulares les bloquean la línea y tampoco hay acceso a internet ― Me dijo algo habituado y más resignado.

¡Qué lo parió!

 

-RECORTE-

Desde hace semanas una conocida se la pasa entrevistando mujeres para que cuiden a su hijo mientras ella trabaja. Por fin da con una que la conforma, que le agrada, que le da confianza, esa confianza que una madre necesita para dejar a un hijo en manos de un desconocido. Sin embargo hay algo que la perturba.

― Necesito tu opinión ― me interpela.

― ¿Qué no te convence?

― Es musulmana.

― ¿Y?

― Practicante.

¿Y?

Que usa hiyab, para cubrir su cabeza.

¿Y?

Que manda a la hija al colegio religioso de la mezquita.

― ¿Y?

 

-RECORTE-

En España, por estos días y «gracias» a la prohibición de dejar asistir a la joven Najwa Malha al instituto con hiyab, se abre un interesante y plural debate en los medios, que abarca desde la absurda comparación del velo con una gorra de beisbol , hasta la actitud de las compañeras de escuela al concurrir a clases con pañuelos en sus cabezas como símbolo de solidaridad.

 

-RECORTE-

Lubna Husein es periodista musulmana. Vive desde mediados del 2009 en París, a donde debió exilarse luego de ser azotada en Sudán, su tierra natal, por usar pantalones, convención que, en una mujer musulmana, es opuesta al régimen de Al Bashir. Perseguida y corriendo riesgo su vida emigró, camuflada bajo un niqab (vestimenta que consiste en una túnica negra que cubre desde la cabeza a los pies, consta sólo de una hendija sobre parte del rostro y es de uso es obligatorio en países musulmanes de régimen ortodoxo), a la capital francesa, en donde milita, como miembro del Instituto Árabe de París, por los derechos igualitarios de las mujeres musulmanas. «Yo no lucho sólo porque las mujeres puedan llevar pantalones en Sudán. Lucho por la libertad de las mujeres de elegir su destino: lo que van a estudiar, si van a trabajar, si se quieren separar de su marido. Hay muchos países en los que las mujeres no pueden votar. No estoy en la consecución directa de la solución, pero estoy contenta de contribuir a ella invitando a la gente a pensar en ello».  

-RECORTE-

Ayer, 18 de noviembre de 2015, en el homenaje al cumplirse diez meses de la muerte del Fiscal Alberto Nisman, el Padre Claudio Caruso, el Rabino Simón Moguilevsky y Alí Turkes, del Centro Cultural Alba Islámico, se mancomunaron ante el público reunido, en una invocación religiosa de Paz. Las Culturas se construyen gracias a la diversidad.

APG

Orden del Día / 189

•junio 4, 2015 • Deja un comentario

CORTANDO ETIQUETAS

No podría precisar la fecha, pero con seguridad fue hace bastante tiempo y en una época del año en que las seis de la tarde es noche prematura. El semáforo de Av. Sarmiento aún no había soltado de la gatera al aluvión de autos, ávidos de escapar del trajín diario. Eso hacía que el único sonido que sentía yo, que venía corriendo por el sendero de Av. Figueroa Alcorta, fuera el de mi propio jadeo a ritmo de trote. A la altura de la curva del puente del Velódromo, apareció del fondo de la negrura un hombre bajando del terraplén. Con una mano sostenía su jean abierto a la altura de la cadera y con la otra manoseaba libidinoso su miembro amenazante. Pegué un pique tan veloz hacia Av. Dorrego que hubiera merecido ser cronometrado. Mientras el degenerado corría en un intento vano tras de mí, el semáforo echó a rodar al tránsito, y los conductores, aún a alta velocidad, hicieron sonar su repudio en una ráfaga de bocinas. La bestia cobarde volvió a su guarida. Yo llegué a Dorrego sin mirar atrás. En sentido contrario venía un corredor. Me abalancé sobre él, temblando, y en una voz ahogada por la falta de aire le imploré un Socorro.
– Tranquila -me dijo con voz calma-, no te va a pasar nada, ahora estás conmigo.
En ese momento, sentí como si un Súperman alado hubiese bajado de los cielos para protegerme. Hoy me pregunto por qué es necesario estar con un Súperman alado para que a las mujeres no nos pase nada.
Súperman cambió su rumbo original y me escoltó en un trote hasta la avenida. Al llegar a casa estallé en llanto en el tubo del teléfono. Quien estaba al otro lado recibiendo la catarsis era mi novio de ocasión que, aunque tenía previsto un agasajo por mi cumpleaños, me dijo:
– Cálmate, mi amor. Paso a buscarte en un rato y antes de ir a cenar, vamos juntos a la Comisaría.
Me bañé, pasé por el proceso habitual de conversión de pibita que corre a mujer presentable, y bajé cuando sonó el timbre.
– ¡Estás bellísima! ¿Quién te va a tomar una denuncia así vestida? No es creíble -remató y consiguió convencerme.

Otra vez, más cercana en el tiempo, yo me probaba una prenda que acababa de comprar, ante los ojos de mi hombre de ocasión, esperando de él la respuesta habitual y desinteresada de la mayoría de los hombres: “te queda bien”, pero me vi sorprendida por otro comentario:
– Una de dos -sentenció-, o usás esos pantalones o escribís.

Yo, que lo único que quería en el mundo era escribir y que nada ni nadie se interpusiera en mi camino, guardé el pantalón sin siquiera quitarle la etiqueta, y comencé a usar -por algún tiempo- una boina de vicuña del altiplano para sentirme más escritora.

Esta tarde, 3 de Junio, pasados algunos años de esa vez, busqué aquel pantalón, arranqué de un tirón la etiqueta de la estigmatización, me lo puse -sí, aún me entra-, y marché a la Plaza del #NiUnaMenos, para mezclarme en el tumulto, con la convicción de que es imperioso comenzar a cambiar la cultura desde las etiquetas.

 

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Queda cajoneado en El cajón de Columnas de actualidad, bajo el nombre Cortando Etiquetas

Orden del Día / 188

•marzo 27, 2015 • Deja un comentario

INSOMNIO

La tristeza es enorme y excede a mi primo. Duele el país, su decadencia patética. Y en el transcurrir de la noche, en la concavidad del silencio, mientras una parte de la humanidad duerme, la vigilia me tiene sentada en la grada de este anfiteatro romano mirando el espectáculo grotesco de este circo. Soy espectadora. De primera fila al medio. Observo el vaivén de transacciones del sálvese quien pueda y al mejor postor. Una orgía. Una vulgar orgía.

Las cartas están echadas. Pero al mazo le falta un naipe: el de la Verdad. Qué curiosa improcedencia: en la vasta Numerología, la Verdad no tiene adjudicado un número. Jugamos un juego de barajas diseñado para la frustración.

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Orden del Día / 187

•octubre 15, 2014 • Deja un comentario

[…] Salgo por la puerta de servicio lateral, con la pretensión de poder huir sin ser vista. Advierto que la casa está rodeada por un bello jardín de diseño a pesar de verse un tanto desordenado por el temporal que azotó la zona dejando un cendal de ramas y hojas. No es muy grande el vergel, pero lo suficiente como para albergar un variopinto floral, un par de abetos, un avellano añoso, un limonero, algún eucalipto y otros más que no reconozco. Hay también una suerte de estanque pequeño cubierto de nenúfares, a veces de flor rosada, y una estatua clásica griega, en escala natural, de una Venus desarropada que mira ligeramente hacia abajo, como custodiando el espejo de agua o a los peces de color, o expectante como si fuera a aparecer algún tipo de criatura acuática; o el mismísimo Poseidón en persona.

botanico-entrada

Algo me inquieta de este lugar. Ahora. Parece una pavada decir “ahora”, pero el solo hecho de pensar en la dimensión espacial de ese “ahora” me hace tomar conciencia de la debilidad de ese recuerdo. Una imagen difusa de la niñez temprana acude al desconcierto: es una niña: gira sola, flotando dentro de un salvavidas de aro, color amarillo y cabeza de pato. Gira sola. Sólo gira. Antes de cruzar la verja descubro, tumbado sobre el pasto como lacra del temporal, un cartel de madera que dice en letra tallada Green Hedges, que significa “setos verdes” y que me incita, inmediatamente, a definir qué voy a comer, en pocos minutos, cuando me encuentre con Pier para almorzar […]

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Queda archivado bajo el nombre de Wunderkammern, en el Cajón Ficciones Propias.

Orden del Día / 186

•septiembre 27, 2014 • Deja un comentario

EL SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS

Recuerdo la primera vez que busqué el significado de una palabra en un Diccionario. La había pronunciado mi papá refiriéndose a mí, y yo supe, en ese mismo instante, que no se trataba de nada bueno.

Tendría cinco, seis o siete años. Recuerdo que estaba acatando la consigna que, cada noche e irremediablemente, se pronunciaba en mi casa a las ocho en punto: “A lavarse los dientes, a hacer pis y a la cama”. En eso andaba: ya había hecho pis y estaba manipulando el cepillo de dientes cuando, en un movimiento torpe, con esa torpeza propia que una niña suele tener a esa edad, el cepillo acabó dentro del inodoro. Aún no había tirado la cadena y -es sabido- a las nenas nos dan asquito muchas cosas y yo no estaba dispuesta a meter mi mano en el pis en procura de recuperar el cepillo. Hete aquí que pulse el botón para que se limpiara mi campo de acción y claro, observé impávida como el cepillo de dientes desaparecía en el mareo de un remolino hipnótico, psicodélico, centrífugo, de color ámbar. Luego vino esa palabra que dijo mi papá y que yo, a pesar de no haber entendido, jamás olvidé: ni en ese momento ni en el correr de los años.

De adulto uno sabe que el prefijo “in” denota una negación o carencia de algo: inútil, incapaz, inacción, indecente, inmoral, intrascendente, etcéteras. Pero a esa edad -cinco, seis, siete años- ni siquiera tenía noción del orden de las letras en el abecedario, de modo que encontrar la palabra que me había dicho mi papá, que comenzaba de ese modo, que me interpelaba y me urgía descifrar, transcurrió en sucesivos intentos fallidos, en varios días. Tenía sólo una certeza: no estaba ni por el principio ni por el final.

Entonces, luego de subirme a una silla, tomar con dificultad ese Diccionario gordísimo y pesadísimo del estante, me acostaba en el piso, lo abría al azar y comenzaba la búsqueda del tesoro, con el entusiasmo de quien está dando sus primeros pasos en la lectura. Por supuesto que no comprendía el significado de casi ninguna de las palabras que incitaban mi curiosidad pero a mí me bastaba con conseguir deletrear una y otra, en voz alta, guiada por el índice sobre el recorrido de las letras. Una tarde descubrí el lugar secreto en donde se agrupaban todas las palabras que empezaban con la letra “i”; sabía que estaba cerca, entonces, para no perder esa ubicación, me aseguré de colocar un papelito. Así se sucedieron las tardes de búsqueda y dispersión entre esas páginas hasta que finalmente, un día, se me apareció la palabra que había pronunciado mi papá y que ya nunca olvidé. La definición decía así:

Dícese de la persona cuyas dotes intelectuales son inferiores a las corrientes.

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Queda archivado en el Cajón No Ficción, bajo el nombre Infradotada